25 de noviembre de 2011
Al Final de la Botella
21 de noviembre de 2011
La Niña
Ella y Él
Pensando…
20 de noviembre de 2011
Para Limpiar El Aire
17 de noviembre de 2011
Persecución

Acabando lo insondable…
Así me percibí entre la maleza. Yo, la única de mis hermanas que sobrevivió la cacería agónica de aquellos caninos indeseables que desean devorarnos los cuerpos. Yo, corriendo eufórica por el desierto serpenteado de una soledad insoldable, porque ya lo había perdido todo, porque ya nada quedaba… Salvo seguir corriendo, tropezando, parándome en histeria. Acorralada de pecados que me persiguen tras la amarga realidad de mis efectos.
¿Cuándo cesarán de perseguirme los demonios, las aletas amargadas de las guerras? ¿Cuándo tendré la paz que desean mis pasos quebrados, en las hondas aguas de esta cóncava impureza?
Siento mi cabello pegado a mi nuca, sudor viejo de correrías almidonadas. Siento el frio sociópata de la angustia y el reír acongojado de injurias soñolientas que despellejan el alma. Y aunque ya no escucho sus pasos perseguirme, aún cuando ya no siento sus ojos en mi espalda, o sus dedos delgados rozándome la mejilla paralizada, sigo corriendo… Deseosa de llegar a alguna parte, de encontrarme un centro, una plaza, un lugar donde mi camino haga sentido y mi norte se aposente en las rutas curvilíneas de un algo corpóreo. Un sitio donde el mundo cobre vida, la angustia no me llegue, el comienzo siempre surja y el final se beba a sorbos como brindis prolongado de amaneceres eternos.
Y voy acabando lo insondable, rememorando el recuerdo de sus sonrisas perdidas y sus baños de luna abiertos. De la perdida inquebrantable de un atardecer donde no vea más sus cuerpos. Yo, la única de mis hermanas que sobrevivió la maleza abrumadora de los sueños. La que promulgo los besos erróneos de mil amantes pasajeros. Yo, la que trajo el lobo a la guarida y le enseñó como deshacer los hilos amorfos del veneno. La que jugó con fuego entre palabras y gimió la intolerancia de los cuerpos. Yo, la pecadora de sonámbulos sinceros que se pegaron de mi piel en un estallido intenso. Yo, la que corre entre la nada insondable del silencio en persecución sinfónica de te-quieros…
16 de noviembre de 2011
Silencio

Deseo guardar silencio, por no revivir las mentiras.
Ese es el sentimiento que me abarca últimamente la existencia. Deseo guardar silencio… siempre estoy guardando silencio. Pero, a veces, hablo por escuchar el sonido efímero de mis pensamientos, por rememorar el recuerdo de algún secreto, por sonar el subterfugio de mi fuero interno o simplemente… porque me obligan o me obligo, porque no me aguanto y lo deseo, como tantas otras cosas que he hecho. Y me limita la boca porque deseo guardar silencio… porque el horror de mis pensamientos deja en su superficie el verdadero rostro que delinea la estima acumulada de mi vida. Y llevo aquí sentada media hora pensando en guardar silencio y a la vez no guardándolo, porque aunque no lo diga lo escribo como pobre esclava de mis dedos que se mueven solos sobre el teclado… como antes se movían solos sobre el papel blanco de un diario abierto. Porque mis inseguridades me carcomen lentamente en el espacio sin tiempo de una recámara vacía. Porque las pobres se visualizan y asustadas me transmiten el miedo feroz de continuar…
Yo misma me sacudo el pesimismo e intento sonreír ligeramente pero los músculos parecen estar hecho de piedra, de acero. No desean moverse, no pueden moverse, y vuelvo a intentar guardar silencio, aún cuando sé que la partida está perdida. Aún cuando entiendo que no sirvo para ello… pero cómo lo deseo. Porque al guardar silencio me acorralo, yo misma me empujo contra la pared imaginaria de los velos y me enfrento. Me doy yo misma contra el pecho, me hablo seriamente, me grito, pataleo, y trato de enseñarme como entrar en razón y salir de este enredo.
Siempre, al final, guardo silencio… aún cuando ya lo he dicho todo. Porque todo lo transmito, porque todo lo escribo, y a veces simplemente porque lo pienso. Pero el truco existencial de mi magia interna está en que no todo lo que pienso es cierto. Yo me creo las fantasías acorraladas en la mente de las que salen serpenteando las prosas y versos amoratados del deseo efímero que caracteriza mi estilo sudorosamente poético. ¿O es acaso eso también una ficción de mi mente? ¿Realmente he vivido yo todo eso? Ya no puedo contestarme, porque aunque deseo guardar silencio sigo hablando en rimas rotas y lenguas vaporadas de inciertos. Sigo reviviendo mis mentiras, acorralándome en mis huesos, consolidando la espera de un reproche, de una excusa silbada entre mis dedos. Y no deseo ya palabras, no deseo mentiras dichas en un arrebato de fuego, no deseo excusas vacías de angustias solitarias y pasiones arreboladas donde se quemó el intento de expulsar las indecencias de los cuerpos. Mejor guardemos silencio… y enfrentemos el declive de un cariño andariego, de un abrazo furtivo y un amanecer tranquilo, sin nada de lo que arrepentirse en el desperfecto utópico de lo inquieto.
Mejor mantengo el silencio y evito… Evito revivir las mentiras efímeras de una excusa socavada y guardarme en la mente los recuerdos.
15 de noviembre de 2011
Silencio Gutural

El moretón violáceo la desconcierta. Lo sé, ella lo sabe, incluso él lo sabe. No lo ocultamos, porque la pasión no se oculta. No lo olvidamos porque los errores que se desean repetir son los más sabrosos, los más deseosos, los más odiosos, los más agónicos. Son deseos subterráneos de dientes blancos y saliva caliente. De amaneceres dormidos y caricias suaves que realmente no son caricias. Por eso el moretón violáceo la excita. La lleva de la mano al rincón de su mente donde se repite perpetuo el recuerdo de un mordisco apasionado y tranquilo. Donde su pezón se irritó en el pecho áspero, y su hondura se llenó de gemidos angustiados. Donde ella olvido ser ella y se convirtió en un saco gelatinoso de miles insondables, uñas enterradas, piernas amarradas y murmullos delirantes que se juntaron en el espacio recóndito de un armario cualquiera. Pero tras la fachada libertina de una sonrisa pícara, una lengua juguetona y un mordisco suave entre los labios… el moretón violáceo la angustia. La angustia porque lo desea, la angustia porque lo guarda, la angustia porque es entre tantos placeres su preferido. Sin embargo, ella no dice nada… Se fuma un cigarrillo lentamente y sonríe antes de irse, sin más recuerdo que el recuerdo del moretón violáceo… ya desaparecido.
14 de noviembre de 2011
Derrámame en tus manos

Nada… las palabras se me pierden en la cabeza y siento que deje dormir las musas en el cuarto de las historias repetidas. Las pobres soñolientas olvidaron que la vida ya no tiene inspiración divina. Solo existimos ellas y yo… ellas y yo, más nada, salvo la nada. La nada es el vacío existencial de palabras agónicas y susurros somníferos. La nada es la vertiente angustiada del silencio ideológico que revirtió en las cuatro paredes de una recámara vacía. Y a veces, ¿por qué no?, hasta la nada se me pierde en el rincón sin encontrar de los objetos polvorientos que serpentean por la iracunda ciudad dominical. Abaniquemos la existencia, a falta de algo más que hacer. Susurremos la indecencia y desgarremos el pecado de un sin pencado abandonado en la puerta, en la ventana, en la cama de una musa venidera. Succióname, piérdeme, agonízame… déjame. Sobre todo déjame… déjame volar por la necesidad infructífera de una promesa incumplida. Déjame silbarme las verdades y ocultarme las mentiras. Déjame inclinarme en el espacio ocupado de una sombra revertida. Déjame, abandóname… amárrame. Ponme las esposas polvorientas, y deshecha la llave antes de que el alba se me cuele en las entrañas y me arremeta la piel de realidades brillantes y culpas oscuras. Dame, simplemente agrédeme… Hálame el pelo, amordázame, golpéame, aquiétame, sonríeme cruelmente y luego… muérdeme con la angustia guardada de noches insatisfechas y amores guardados a son de caricia sin pasión verdadera. Soy frágil pero no te aflijas, que lo delicado de la piel no refleja mis indecencias cumplidas. Se me quedan las marcas superficiales, no lo niego. Las profundas las esquivo con el arte innata de la amante pasajera. Yo, la que nunca ha pasado la noche acompañada. Yo, la que nunca ha disfrutado una caricia amada. Yo, la solitaria amarrada en una cama, deseando con el alma que alguien la agreda, que alguien la amarre, que alguien le dé una nalgada sonada que la haga sentirse acorralada como un animal perdido, como un ser a punto de caer al precipicio. Es así como único siente, como único desea, como único gime extasiada; porque la pobre se pierde en su nada. En su nada de palabras y gemidos sonsacados, en las inclemencias de un ardor socarrón, de un mordisco profundo, de un arremeter violento… Viólame, y déjame; pero repíteme. Repíteme la aventura de un mordisco, el éxtasis de la nalgada, la potencia del arrebato, el gemido de un cabello estirado. Perviérteme entre tus dedos, piérdete entre mis labios, agoniza entre mi saliva y succióname los pedazos. Quizás, entonces, logres derramarme en tus manos…
10 de noviembre de 2011
Necearte

Me evade la ansiedad de encontrarte
Y a veces, solo a veces,
Me duele la embocadura
De la dulce curvatura
Que se esconde en la lisonjera
Sonrisa que arremetes en mi hondura.
Ya no sé cómo expresarme
En este marullo existencial
De versos perdidos, exprimidos,
Que se me pierden al hablar.
Porque no poseo la necesidad
De encontrarte o encontrarme,
Porque olvide que debería buscarte.
¿O es acaso mi papel el de sentarme
Y esperar dormida a que me rescates?
No me interesa el cuento de hadas
No me mueven las mismas ansias
Que a otras pobres descarriadas.
Me mueve el deseo gutural
De una noche entre las sábanas,
De la inocencia perdida
Y alguna pesadilla
De esas que acongojan
Lentamente el alma.
Quiero sentarme y escribir
De otras cosas que no sean amplias
Que no se me atorren en el pecho
O me llenen de necesidad las ganas.
Quisiera vivir extasiada,
Dejando corazones rotos
Y sábanas manchadas…
Oportunidades de pasión arrinconadas
En el despertar fugitivo
De otra madrugada
Donde ahogamos las ansias
En un vaso de ron.
Ayúdame a encontrar
La necesidad de ser,
De tocarme, de tocarte,
De extasiarme en el gruñido de tu voz.
Olvidemos el mañana,
Las ansias sonámbulas de sondear otro amor,
Y arrinconémonos, serpenteados,
En este pedazo de son.
Yuxtaposionemos en las mordidas
Abruptas de fundirnos los dos,
Y esperemos al alba,
Que se nos cuela sonora,
Entre tu voz y mi ardor.
9 de noviembre de 2011
Tu Ser Y Mi Acción

La promesa perdida de un beso es la antesala del dolor.
Es la bala perdida de los amaneceres eternos
Que alimentan la hoguera sin forma
De un silencio roto entre dos.
Es el sentir sin guarida
De un adiós matutino
Donde ninguno ganó.
Donde ambos perdimos
La inmensidad exacta
De nuestra propia dimensión.
Donde olvidamos encontrarnos
Como las cuencas perdidas,
Extasiadas en llanto,
De un río sin son.
Ya no somos nosotros
Sino seres amorfos putrefactos de ardor.
Humanos ambulantes de necesidad de cariño
Y apego a lo ajeno, por miedo al dolor.
Recorramos la distancia
Que nos separa los yo.
Ahoguemos la nostalgia
De un pasado cubierto de agror.
Pero, ¿ya de aquí a donde vamos?
¿A dónde corremos sin voz?
¿Qué hacemos de las mil aventuras
Multiplicadas sin duda
En la rendija de tu ser y mi acción?
Porque la promesa perdida,
La ignorada entre sílabas dichas,
Es la recaída del fulgor.
¿La promesa?
¿Es acaso promesa el dolor?
¿Es acaso la necesidad efímera,
La que promete una idea
Que nunca se cumplió?
Y el amanecer se nos avecina
Lentamente, sigiloso,
Entre el cristal empañado
De un día sin dios.
Así que mejor no hablemos…
Y recorramos la distancia,
La distancia furtiva
Que nos separa a los dos.
Dame tu mano,
Dame tu boca,
Dame tu vida
Por una hora.
Dame tu ser por un segundo
Y olvidemos que el sol se nos cuela,
Que la luna se nos evapora,
Que el silencio se nos corrompe…
Dame el beso mordido
Como adiós catalítico
De un olvidar pasajero,
Y dispárame un segundo
Con la bala afectuosa
Que reside en la pudiente antesala
De tu amargo dolor.
8 de noviembre de 2011
Suspendida

Suspendida…
Me siento entre las tinieblas errantes de un vaso solitario
Tiritando las verdades del alma en un despellejo de espanto.
¿A donde me dirijo, a donde corro luego de tanto rato?
¿Cómo amínalo la indecencia de un revolcón regalado?
Porque somos como el gato negro que se busca reflejado
En el cuarto oscuro de los espejos encamados,
Donde nadie sabe ya donde se guarda la conciencia
Y evitamos obligarnos a encontrarnos.
Suspendida…
En el aire efímero de las aguas violáceas
En el sentir inédito de no sentir nada
En las manos vacías de un hombre sin cara.
Me estremezco entre mis dedos como un pretexto
De noches satisfechas en quebrantos fingidos de relámpagos.
Y no tengo quejas, y no tengo espantos,
No tengo llantos, ni nostalgias estancadas,
No siento nada… nada…
Nada que no sea deseo pasajero
De aventuras olvidadas.
Nada que no sea el sentir efímero de un reto…
De un beso robado, de un roce extasiado,
Nada salvo un vacio sistemático,
Subterfugio de recuerdos olvidados,
Donde se enfrentan la pasión y la conciencia,
Donde se esconden la pena y el éxtasis momentáneo.
Un vacio de alforjas enredado,
Donde el perfume se fue con el viento,
El aliento se evapora sudado
Y la mañana se esconde en las sombras
De dos caras largas preguntando
En silencio susurrado: “¿Y ahora qué?”
Ahora nada. Nada ha pasado…
Y yo me quedo en la nada,
En la nada estática de recuadros
Donde zigzaguean silenciosos
Los recuerdos regalados…
Me quedo en la nada,
Como bailarina flotante
En cajita de mano…
Me quedo en la nada,
Suspendida en el amparo
De no saber lo que siento,
Lo que veo, lo que hago…
Así… Suspendida…
En el ámbar opaco
De seguir vaporando.
2 de noviembre de 2011
Tren Olvidado en el Recuerdo

La recuerdo de cuando era pequeña y tomaba el tren hacia el colegio. Ella estaba parada contra la pared con su largo cabello negro cayéndole en bucles sobre su espalada, la mirada perdida entre la gente y el vestido que aún conservaba su color de girasol temprano.
El día que condenó su vida a las vías fue por ella… Antonietta. La mujer que esperaba aún después de veinte años. Isabela nunca había dejado de ir, ni un solo día a la estación del tren. Era su condena eterna esperarla. Recuerdo el día de la despedida porque fue el mismo día que murió mi madre. Me detuve entre el bullicio, súbitamente confundida, y la vi. ¡Que visión! Aquel largo vestido tan lapislázuli como el mar, su pamela ancha le otorgaba un aire de nobleza y fuerza que nunca había visto, y aquel cuerpo de diosa perdida entre carnes, me cautivó.
Desde ese día entendí a Isabela, porque yo también la esperaba… Yo esperaba junto a ella por Antonietta. En las noches observaba entre sueños, el rostro melancólico de Isabela y la sonrisa de cristal de Antonietta. La mujer de bucles negros besó a la de la pamela dulcemente en los labios y pestañando largamente con un brillo de súplica en los ojos Antonietta le susurró al oído: “Busca el tren llamado Regreso”. Isabela pareció entender porque la observó alejarse hasta que sus cabellos del color del trigo nuevo y su traje azul, eran solo el recuerdo de un tren… que ya no existía.
Recuerdo

Pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono… Hace poco revolví los recuerdos de un baúl y encontré el polvo de la nostalgia. Lo sé porque me dio alergia de soñar y lo cerré antes de enfermarme de soledad. Sin embargo, al cerrarlo apresurada volqué todo su contenido en la alfombra. Por eso pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Lo contesté luego de tres timbrazos y una grave pero esperada voz masculina dijo:
Mi compañera

Un solo día sin verte…
Alguien dijo que sabes cuando estás enamorado si al escuchar una canción que antes para ti no significaba nada, sientes de pronto ganas de llorar; y ahora te conmueve y hace pensar en alguien…ese alguien especial.
Llega rápido y fuerte como tempestad y me abarca el corazón. Esa mujer de cabellos revueltos, dedos intranquilos y una prisa de acción acalorada… La desesperación. Y me baila un tan-tan en el “sin ti”.
Dejándome un mal sabor de boca se acerca suavemente, tímida y apacible, pero con una sonrisa de luz, la niña de rizos de oro y tez blanca… ¡La añoranza! Intenta animarme entre delirios de Mozart y la esperanza de Virginia Woolf…pero solo logra entristecerme más. Me mira triste y se lamenta de incomodarme mientras se aleja cabizbaja.
¡Y allí estaba! La seductora de caderas anchas, rizos oscuros hasta la cintura, sonrisa encantadora y mirada traviesa… De ella había aprendido a alzar la ceja derecha cuando miraba a alguien en medio de una conversación absurda, a saborear la planificación de la venganza y saber que es un platillo que mejor se come frío, a cerrar el corazón y a enfriar la sangre en mis venas. Era ella la que me consolaba en las noches y me decía “Te lo advertí” mientras acariciaba mis cabellos. La miré desafiante mientras se acercaba y ella rió entre divertida e indignada como hacia siempre que me veía enamorada. Una lágrima solitaria rozó mi mejilla y ella me tomó entre sus brazos.
“Nunca te abandonaré”, le dije con tono de reproche.
“Soy yo la que no ha querido abandonarte aunque siempre intentas alejarme”.
“¿Por qué me escogiste por compañera?”.
“Tú me escogiste a mí, pequeña”.
Y rememoré… Mi niñez solitaria como la niña tímida de amaneceres ocultos. La que con una imaginativa desbordante y la ayuda de Ella montaba todos los juguetes contra las paredes de la terraza y jugaba a enseñar. Deseaba enseñar lo poco que sabía, transmitir conocimiento… Siempre lo desee… Yo era la niña, la aprendiza de maestras, porque Ella me había enseñado a añorar desesperadamente la soledad cada vez que el amor tocaba a mi puerta.
Tú te fuiste con tus altanerías, tu guitarra desgastada de rock n’ roll en clave de sol sobre un vals, tu cabello negro, tus ojos oscuros como pozo de agua sucia y la sonrisa de pícaro que desea intimidad de piratería.
Y ella llegó… La compañera de mi vida… La Soledad.
En realidad...

Ya no hablamos, ya no me llamas, ya no me cuentas de tu vida, tus altas y bajas... Hemos cambiado y ya no te conozco. No eres el chico que me cautivó los sentidos, al que le tomé cariño hace ya muchos años. Seré lo que desees en una tecla de computador barato. Seré la llamada perdida de tu móvil, pero no hablaré en la contestadora de tu voz porque olvidé recordarte entre semana.
Ya no somos amigos... o quizá sí. Porque en mi recuerdo vivirá la amistad que un día compartimos. Y te miraré sin verte porque solo observaré detenidamente mi recuerdo reflejado en ti...