El
agónico suceso de interiores desparramados.
La
sonrisa entristecida
y
la majestuosidad compartida
de
un cuerpo sobre otro,
de
un ciclo que se cierra,
de
un comienzo que nos tiembla
el
alma entre las sábanas.
Y
me muerdes y te muerdo
y
compartimos el gutural sonido
de
un placer arrebolado
donde
los amaneceres se nos vienen
de
momento entre las manos.
¿Para
qué negar que nos deseamos?
Nos
podemos esconder de la mirada,
acumularnos
entre susurros y garras,
pavimentar
el incendio de las noches pasadas
y
eufóricamente sudar la necesidad
de
la amplia divinidad del alma.
Pero
no podemos ocultarnos del deseo,
del
hambre reflejada en tus pupilas,
de
mi mirada vaporada de gemidos,
de
la necesidad eléctrica de sabernos hundidos,
de
sentir… Sentir…. Nada más importa.
Porque
el corazón vibra entrecortado,
la
burbuja agónica de un grito se nos escapa
y
el anochecer brilla como luciérnagas
que
están extasiadas en la noche nublada.
Y
quizás nos engañamos, quizás….
Pero
esta noche nada importa, nada importa
salvo
tus labios sudorosos sobre mi piel
y
la sonrisa satisfecha de saber
que
no hay mejor forma de decir adiós
que
la de entrelazarnos de ardor.