21 de noviembre de 2011

Ella y Él





Todos hemos soñado. Cada sueño es diferente, cada gesto pronunciado. Todos deseamos y añoramos olvidados.  Todos amamos o buscamos un amor cuando nadie nos mira. Todos aspiramos un beso que nadie nos ha dado. Y creemos en el sueño… hasta despertar acorralados. Creemos en aquel amor… sin poder evitarlo, y gritamos.

Siempre habrá gente normal, ordinaria de rutinas y paseos matutinos planeados. Gente simple que ha encontrado lo que no les pertenece, y dejado sin un roce a los extasiados. Siempre habrá hombres como él…

Hombres inteligentes que saben conjugar verbos y pronunciar perfectamente palabras de más de tres sílabas. Que se saben de memoria las definiciones mas rebuscadas, con gestos arrogantes de saber amaestrado. Que aman la ópera, el teatro, un buen vaso de vino y han leído, conocedores expertos de quiénes fueron Dostoyeski, Linus, Marx, Platón y Rosseau. Hombres que viven de sus palabras, de su habilidad de expresar sus pensamientos sin batallas y hacer a los demás rememorar entre suspiros; con una vida en cada letra, un alma en cada punto. Hombres como Edward, que esperan toda una vida para decir la cosa más sencilla del mundo. Hombres extrovertidos de mente y palabra, tímidos de corazón.

… y mujeres como ella…

Mujeres hábiles, activas, inteligentes de la rutina. Mujeres sencillas, con gustos excéntricos, familia rota, sentimientos a flor de piel, y la facilidad de decir “Te amo” como algo cotidiano. Las mujeres que en medio de una conversación te sonríen, toda dientes blancos y pequeños orificios rosados en las mejillas, como si lo que dijeras fuera ambrosía sonora entre tus labios. Mujeres sobrevivientes, que no se rinden, que subsisten y se exprimen el sentir en cada paso. Mujeres que aunque abiertas y sinceras para ciertas cosas de placer cotidiano, para otras simplemente no confían demasiados, ni en sí mismas ni en nadie, porque la vida les enseñó a tener cuidado. Mujeres como Laura que aman en silencio por miedo… por no dar voz a aquello que las envuelve en fuego.

Mujeres como Laura encuentran seguidamente algún perdedor con el que conformarse, con el que adaptarse. Hombres como Edward las dejan apoyarse de su hombro, las toman en brazos cuando caen, y al final, le curan el cuerpo sin saber cómo curarles el alma.

Edward dirá siempre la frase correcta para reconfortarla, tratará de hacerla sonreír… y al final, bueno… Al final ella lo abrazará y sonriendo entre lágrimas le dirá dulcemente que lo ama, con esa nota tranquila y despreocupada que le pone adrede para que no suene a confesión sudada; y él responderá sonriendo tristemente que igualmente la ama sin alzar la mirada, sin profundizar, confundido en sus propios sentidos y sin poder ver más allá.  

¿De haber mirado? Habrían visto el mismo fuego que los abrasa reflejado en los ojos del otro. Habrían sentido el mismo escalofrío, ocultado la misma angustia, llorado el mismo anhelo. Se habrían mirado en silencio, quizás por mucho tiempo, y él besaría la mano suave de Laura y se despediría delicadamente para volver mañana, porque después de todo…

Siempre habrá hombres como él, que guardan silencio porque no creen poder jamás expresar un sentimiento tan profundo, tan completo y descartan la emoción por descartar el encuentro, el bochorno pasajero de un rechazo potencial entre sus dedos.

Siempre habrá mujeres como ella, que soportan el silencio porque no creen merecer las palabras, y se ocultan tras la máscara ficticia de te-quieros. Mujeres faltas de sendero, que se conforman con otro cualquiera por no imaginar que esas palabras las podría pronunciar un hombre como él. Un hombre correcto.
(Agosto 2006)



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