
La recuerdo de cuando era pequeña y tomaba el tren hacia el colegio. Ella estaba parada contra la pared con su largo cabello negro cayéndole en bucles sobre su espalada, la mirada perdida entre la gente y el vestido que aún conservaba su color de girasol temprano.
El día que condenó su vida a las vías fue por ella… Antonietta. La mujer que esperaba aún después de veinte años. Isabela nunca había dejado de ir, ni un solo día a la estación del tren. Era su condena eterna esperarla. Recuerdo el día de la despedida porque fue el mismo día que murió mi madre. Me detuve entre el bullicio, súbitamente confundida, y la vi. ¡Que visión! Aquel largo vestido tan lapislázuli como el mar, su pamela ancha le otorgaba un aire de nobleza y fuerza que nunca había visto, y aquel cuerpo de diosa perdida entre carnes, me cautivó.
Desde ese día entendí a Isabela, porque yo también la esperaba… Yo esperaba junto a ella por Antonietta. En las noches observaba entre sueños, el rostro melancólico de Isabela y la sonrisa de cristal de Antonietta. La mujer de bucles negros besó a la de la pamela dulcemente en los labios y pestañando largamente con un brillo de súplica en los ojos Antonietta le susurró al oído: “Busca el tren llamado Regreso”. Isabela pareció entender porque la observó alejarse hasta que sus cabellos del color del trigo nuevo y su traje azul, eran solo el recuerdo de un tren… que ya no existía.
(2005)
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