27 de julio de 2011

Emocionalmente Psicotizada


Parafraseando las verdades porque guardo silencio cuando el deseo de gritar oscila el alma. Porque gritar nada resuelve excepto quizás el desahogo momentáneo de la estrechez cacofónica de sentirse vacio. ¿Hace eso sentido? Quizás. ¿De qué vale averiguarlo? Ayer experimenté la tristeza, la soledad angustiosa de llorar sola, escondida pero esperando inevitablemente ser encontrada. Es el sentimiento enorme de soledad in-compartida, de una necesidad imperativa de sentirse buscada. Es ese deseo de que alguien aparezca, se siente a tu lado y simplemente te haga compañía. Sin decir nada porque no hace falta. Simplemente estar ahí a tu lado como la sombra de la sombra de un cariño entretejido. Suspirando en tus suspiros, sollozando en tus sollozos, sonriendo tristemente al ver tu rostro bañado en agua salada. Es la falta de atención del alma. Increíble que hasta el alma tenga necesidades emocionalmente “psicotizadas”… una de mis palabras… que poco a poco cobran sentido de diccionario dominical. Al final de todo, sigo sin gritar. Quizás deba gritar… pero no grito. Es ajeno a mi persona. Mentir… mentir es mejor. Es más fácil. Por eso miento, y miento… inventando verdades que no son, parafraseando las verdades verdaderas, monopolizando el sentido de mi historia y comiéndome por dentro la necesidad de ser yo. Porque aquello que oscila lo hace temporeramente, nada es para siempre. Nada es para siempre. Por eso sigo… parafraseando las verdades porque guardo silencio cuando el deseo de gritar oscila el alma.

22 de julio de 2011

Ella es libre. Yo no lo soy.


El medio gris de la materia, ese es el dilema. El estado sin forma de lo que se dice, de lo que se expresa pero queda como llama flotante en el viento. Como una invisible declaración de guerra, de olvido, de silencio forzado… es la unidad del gran signo interrogativo. Porque yo de poeta ya nada guardo, he olvidado mis rimas, mis diccionarios efímeros de prosas yuxtaposionadas a la noche de bohemia que olvidé en algún asiento de una barra cualquiera. Porque ya no me reconozco. Porque olvide mi musa en algún sitio, y a medida que el tiempo se desliza por entre las calles vacías de la angustia constante del ser, ya no puedo sino desprenderme de lo que era. No puedo dar vuelta atrás. Sería ir contra mí misma. Contra la persona que se forma poco a poco. El ser acorazado que camina sigilosamente por mi carne. Que sensación más extraña la de verte en el espejo y percatarte de que ya no eres quien pensabas. De sentirte como si la vida hubiera soplado en tu contra y el alma se te hubiera desprendido del cuerpo. ¿Dónde está la lucha? ¿Dónde está la pasión arrebatadora de noches inolvidables y momentos solitarios en los que nunca me vi sola? Los momentos de bailar al ritmo de la bellonera que nadie escucha salvo yo. De aferrarme al cuello de un hombre que no volveré a ver mañana y sentirme momentáneamente enamorada del amor, vagabunda eterna de una calle desierta y mil pecados puestos, sin prisa, en la lista de espera. Ya no me reconozco. ¿Quién soy? ¿Y por qué en mi mente nunca soy lo que veo en el espejo? Preguntas sin respuesta. Una más de las grandes interrogantes de la vida. Quizás siempre he sido así. Quizás simplemente imaginé la cadena sonámbula de momentos pasajeros. Quizás la soñé en algún momento como se sueña lo prohibido, lo que es imposible de realizar salvo en uno que otro desprender del alma. Pero lo recuerdo tan vivamente. Los nervios atroces, la confianza excesiva en mí misma, en quien soy, en lo que pienso, en lo que creo. Lo que creía no iba mas allá de esa noche, de ese sentimiento perpendicular que se apoderaba del ser, y volvía como sangre helada en las mañanas. La chica de las noches de pasión desenfrenada… La que nunca existió. La que se hizo entre mis letras, y desparramó su sangre entre mis carnes. La que fabuló mil recuerdos compartidos, la chica sin substancia… pero la chica sin substancia era libre. Yo no lo soy. Ella era libre. Quiero traer de vuelta la muchacha fugaz de atardeceres eternos. La que cuando me miraba a través del espejo sonreía coqueta y decía “¿Por qué no?”. La que nunca pensó demasiado hacia donde iba, lo importante siempre era el camino. El ahora que no regresaría. La que se alzaba la falda de gitana y enseñaba las piernas en medio de la barra, la que se subía a la tarima y declamaba la pasión y la ira eternas de ser una mujer de la noche. Mujer sin hogar fijo, sin lugar fijo, de encuentros violentados, la chica que no se olvida. ¿Dónde quedó ella? La habré dejado olvidada en algún estacionamiento vacio, una de esas noches extrañas en que el deseo podía más que la razón irracional que la llenaba. A veces pienso que la escondí en la gaveta aquella que nunca abro; y que si me asomo la veré de nuevo sonriendo coqueta, diciéndome otra vez con los ojos que la noche nos espera. Me partí en dos. Me partí en dos. ¿Y ahora como recupero mi unidad? ¿Cómo la uno sin que se apodere de mí? Es capaz. Ya lo hizo alguna vez. Y la siento llamarme con sus rimas consonantes, sus pasiones alcoholizadas, y sus palabras erotizadas. Clítoris de la poesía. Amante de los imposibles. Creadora de nubes de humo que jamás se quedan, pero mientras están… Volver a bailar sola en el medio de la nada, en mi mundo especial donde el ahora, el ellos, el soy, no existen. Volver a bailar en el callejón repleto y volver a sentir un desconocido acercarse sin poder evitarlo. Verlo sonreír y saber que esa noche no bailaría nunca sola. Que mi danza había sido escuchada. Que mi grito hormonal había llegado hasta donde él. Sabía lo que era coquetear sin pudores, decir las cosas sin etiqueta, desechar el protocolo errante de la plática inicial y saltar sin treguas a lo importante. La chica sin substancia aparentaba tan bien tenerla. Era la misteriosa, la interesante, la que decía más con una sonrisa que con mil palabras pasajeras. Pero ya nada me queda sino las palabras pasajeras. Siento que me repito… Que me repito, me doblo en mí y me pierdo lentamente. ¡Sálvenme! Pero nadie escucha. Porque no me reconocen. Esa chica insegura, de libros hasta el cuello, corazón sangrón crucificado de hierro, y rizos cortados y disparejos no es la chica que era. Nadie salva a la aburrida. Nadie busca la chica sin chispa. Nadie interesa la pasión tranquila de la que se guarda con locura el sentimiento. La desean a ella. A ella. Pero ¿cómo traerla de regreso? ¿Deseo traerla de regreso? A veces sí. A veces la necesito, a veces la extraño, a veces… Me sigo repitiendo. Porque soy lo que no soy. Porque deseo lo que ya tuve. Porque olvidé que ella me hizo. Ella me formó. Ella me parió entre lágrimas viscosas alguna madrugada eterna en que decidió que ser bohemia no la llenaba. Esto tampoco me llena. Esto me come, lentamente, como animal voraz de la razón existencial de murmullos vacios. Esto se me desprende y no me deja ser. Traer de vuelta la chica de cabellos largos que flotaba al caminar… suena como tarea imposible, peligrosa, de amaneceres efímeros que tampoco valen demasiado. No deseo repetirme. Pero me repito. Es imposible no hacerlo. Y otra vez vuelvo a ese estado gris de la materia. Al dilema noctámbulo de ser lo que no soy porque no puedo ser lo que era. De estar donde estoy porque no puedo estar donde deseo. De soportar mis realidades a cuchillo de palo, sin vida mas allá de la madera. Y al mirar los ojos, aquellos ojos que guardan el secreto de lo que no se dice, aquella se revuelve dentro de mí, y me destroza los oídos gritando que la deje salir, que la despierte de una buena vez y por todas. Los ojos que me atormentan… ¿Son los míos? No. Son ajenos. Son genéricos. No deberían interesarme ojos ajenos, no deberían molestarme ojos genéricos… A ella no le importarían demasiado. Ella se reiría antes los ojos, suspiraría, les daría la espalda e iría socarrona a buscar otros ojos que la arrebolaran. Ella es así. Efímera. Sin forma. Ella es libre. Yo no lo soy…