A veces me cuestiono
exactamente en donde estamos. Solíamos acoplarnos a la perfección como dos
piezas de un mismo juego, como si el destino nos hubiera forjado para el deseo arrebatador
de nuestros labios. ¿Y ahora? Ahora ya no nos encontramos, no nos vemos, nos
olemos o sentimos… estamos silenciados. Asesinándonos lentamente a falta de algún
otro disparo, de alguna distracción que nos consuma… No entiendas mal, nos
amamos, nos queremos tanto que la idea de separarnos nos rompe los pedazos. ¿Pero
ya de que vale estar pegados del costado? Nos hacemos infelices, más infelices
que si viviéramos enajenados, sin la presencia del otro, sin el susurro perdido
en las sábanas amarillentas de un amor trasnochado que ya perdió su encanto,
que ya ando su tramo. ¿Para qué eternizar el infierno de un cariño rutinario?
Tu mereces arrebato, yo merezco locura… merecemos algo mejor que conformarnos.
Pero no decimos nada, no, nunca nos quejamos. Tú me besas los párpados caídos,
yo acaricio tu cara y tus manos; sintiéndonos cerca del lamento silenciado, de
la esperanza opaca en nuestros pechos, de un corazón mutilado. Nos abrazamos al
borde del precipicio como dos desesperados deseosos de saltar el abarranco,
pero asustados sin medida por estarlo. Al final, no importa si le damos largas
o no a lo inevitable, si arropamos la pereza, si asfixiamos el olvido, o
acariciamos la rutina… Al final, siempre está tu mano en mi mano, tu cuerpo en
mi cuerpo... Al final, siempre nos encontramos entra la niebla viscosa de un
amor solapado, al que ya no le queda oxigeno para seguir respirando…
Me gusta. Alix.
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