
A veces hablar contigo es como hablar con una pared. Es una pared muy amable, de palabras bonitas y palmadas en la espalda, pero sigue siendo una pared. Nada cambia eso. Es como si el sentir arrebolado fuera un “algo” irreverente y desconocido para ti. Quizás es por eso que es tan fácil dejar salir las emociones ante ti. Porque no pareces comprenderlas, porque no pareces entenderlas, entonces no importan demasiado. No importan si nadie las comprende, lo importante, lo realmente importante es que solo yo las entienda. Pero me engaño, porque sé que al final, entiendes más de lo que dices. Preguntar es para ti como una necesidad, como un vómito verbal que no puedes controlar. Lo entiendo. No lo práctico, porque en mi las preguntas ya han perdido significado. El tiempo de intentar darle explicación a todo en la vida me paso volando por el lado. Soy espectadora. Me gusta mirar, ver los rostros llorosos, las expresiones perdidas, la necesidad efímera de la mirada. Me gusta escuchar, sin preguntar, porque hay veces que las preguntas sobran. Especialmente cuando se les conoce la respuesta.
Y me pierdo, me pierdo en este escrito porque la realidad es que comencé a escribir sin tener un propósito concreto. Eso me sucede mucho en los últimos tiempos. Como si la necesidad de empuñar algo, cualquier cosa, se me colara en los momentos lúcidos y me interrumpiera el pensamiento. Pero volviendo a lo que decía hace ya algún tiempo, a veces me pierdo porque quiero. Es parte de mí. Me define el perderme porque es solo perdiéndome que me encuentro. No tienes que entenderlo. Es fácil, es mi acción primaria ante la vida. Perderme siempre… en el sentimiento. Cualquiera. Lo importante es expulsar las ansias agónicas del pecho. A veces es la rabia, a veces el deseo, a veces es la pena, otras simplemente el miedo. Perderme siempre, por un tiempo. Luego surjo yo de nuevo, entre las lágrimas furtivas de una mujer destrozada. Porque dije en algún momento, que el masoquismo errante que me mueve, la necesidad intensa de dolor constante, es la que motiva mi talento. Todo toma entonces un tono motivador, seductor, triste, arrebolado, secreto. Todo hace sentido porque nada hace tanto sentido como el sufrimiento. ¿O acaso no te he dicho nunca, que por más que soy un libro abierto, existe un área mas allá de lo entendible donde entrar en mi mente es entrar en un trágico y oscuro reino donde todo tiene un significado dolorido, agotador y dolorosamente sediento? Es un sitio donde el dolor y la lujuria se unen sin remedio. Donde el placer y el olvido forman parte del juego. Donde llorar y reír son acciones simultáneas, imparables, como el vómito interrogativo que te sale del pecho.
Y créeme cuando digo que yo te di nada espero. No fue un reto, fue un hecho. Porque la realidad es que la paciencia no la tengo. Y me rehusó a irme, no porque retes mi cobardía, sino porque con el pasar del tiempo he aprendido mucho sobre lo inútil que es huir, porque al final igual se pierde lo que no se quiere perder. Por eso me quedo, por salvar una fracción del sentimiento, de la amistad, de la necesidad de encontrar alguien frente a quien soy capaz de llorar sin que el orgullo se quiebre en el intento. Y sé que te hace sentir mal, porque verme llorar no es tu anhelo. Pero yo necesitaba precisamente eso. Alguien que me permita llorar, en silencio. Y aunque sé que contigo el silencio dura poco, yo me impongo, yo lo intento. Así que déjame ser, déjame llorar, al menos un ratito en silencio. Sin hacer preguntas. Sin necesidad de respuestas. Déjame enseñarte mi otra cara, la que ha nadie enseño. Déjame sacarme la máscara y sentirme, por una vez en la vida, desahogada. Dejar un segundo de ser la protectora, la que cuida, la que alienta, la que ayuda, la que se esfuerza, la que intenta insuperablemente ser el todo necesario, la pega… Porque intento superarme a cada paso, y cuando al final, todo el peso de la necesidad efímera de ser perfecta se me arrebola en el alma, necesito alguien que me entienda. Que me entienda… No es difícil entenderme. No es un reto. Es tan simple como verme. Porque mis verdaderos colores los llevo pintados en cada rasgo, en cada palabra, en cada roce y gesto de mi cuerpo. Y no espero mas nada, simplemente eso.
Y sonreía cuando dijiste que yo esperaba más que eso. Porque me ha quedado claro, hace ya mucho tiempo, que de ti nada obtengo. ¿Por qué crees que me negué antes al pedido en común que me hicieron? No es por tímida, no es por tonta, es porque de nada me sirve el intento. Porque la camaradería llega hasta un punto que no sobrepasa lo externo. Y me das y te doy. Y me muerdes y te muerdo. Y te acaricio el cabello. Y yo lloro y tú me abrazas. Y tú preguntas y mis respuestas son mayormente silencio. Pero jamás saldrá de mi sobrepasar una barrera que estipulamos existía, hace ya algún tiempo. Así que olvida lo demás, yo lo pongo en practica (y no digo que lo intento porque siempre me refutas) así que digo más bien que lo practico. Olvido lo demás, lo esquivo como las balas idiotizadas de algo que pasará. Ya te dije alguna vez que nada dura para siempre. Así que se mi amigo, como yo trato de ser tu amiga. Escúchame, consuélame, se el paño de lagrimas que nunca he tenido y entiéndeme. Yo, de igual forma, pongo de mi parte para hacerlo, para entenderte. Pero no me exijas, no me oprimas, no me presiones. Déjame ser… Déjame ser en mis silencios.
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