
Soy una fanática errática de lo imperfecto.
Me gustan las prendas defectuosas de colores que una vez fueron brillantes, burbujas de aire en cristal que de otra manera seria perfecto o de madera rallada que olvidó ya su procedencia de roble partido en dolor... prendas con el encanto perdido de una cantante sin voz.
Me gustan las camisas manchadas, con los colores raidos, la tela desgastada y el uso constante de trapo viejo sacado de algún rincón oculto donde tomó, por obra del espacio, un olor permanente de humedad y calor.
Me encantan los pantalones rotos, la sensualidad de una rodilla asomando por entre el pantalón, la necesidad de tomarla y el alivio constante de verla pasar.
Me gustan las narices viradas, torcidas un poco, para demostrar el carácter altanero de un hombre cualquiera que se deshace al hablar y olvida en desaires de ego que su orgullo no da para más.
Soy fanática de lo imperfecto. ¿Para qué negarlo? Si la lista estática de mis viejos romances, mis viejos intereses, que se pierden en un arrebato pasado y un murmullo profundo de un adiós pasajero, dejan la huella de los hombres imperfectos con los que cubrí mis noches. Pero son los defectos lo que hacen de un hombre ese “algo” interesante que evita poder sacártelo de la mente, del pecho. Un hombre interesante… un hombre lleno de defectos pero con una inteligencia nata, sembrada, arraigada. Un hombre que abre los labios y me da un orgasmo mental, verbal, de palabras bonitas que serpentean longitudinalmente sobre mi piel. Un hombre que, acumulados sus defectos, igualen los míos.
Soy una mujer que quiere sus defectos, lo cual hace de mí una mujer difícil. Hay defectos irremediables, hay defectos cambiables, hay defectos queridos. Los irremediables los acepto, los incluyo, los soporto en mí porque no los puedo cambiar. Los cambiables, intento, cada cierto tiempo, eliminarlos poco a poco de la esencia del ser. Pero los queridos…. Ah, los queridos son mis defectos perfectos, los que no hay quien me quite, aunque pueda, porque me definen, me declaran la mujer, la loca, la fanática errática de lo imperfecto que se sentó entre delirios de prosa a escribir la imperfección acrobática del ser.
Fanática de lo imperfecto… ¡Que ironía! La mujer que trata continuamente de ser perfecta, ama las imperfecciones. Es como el intentar llevarte arduamente la contraria simplemente para encontrarte de nuevo, descubrirte en los arrebatos perdidos de una bailarina de pies planos que nunca supo volar. Soy lo que soy porque así me creo… Soy lo que soy porque así lo quiero… Y hoy… Hoy amo mis defectos como las historias recurrentes de un suceso mayor. Es el saberte completa, de rabo a cabo, como lo inefable conoce al destino. Es manufacturarte sobriamente entre los restos de un pasado inconcluso y un verso sin voz.
La mujer de la prosa maestra, del verso cantado, de la idea fugitiva de esencia y razón… La mujer que ama las imperfecciones, se reconoce imperfecta porque la perfección es etérea, es abstracta… La perfección es contraste y el contraste… Soy yo.